7.9.12

El rey Pinocho y Cenicienta



Estaba cenicienta en la plaza de mercado. De pronto miró un afiche con una invitación a un gran baile del rey Pinocho.  En  ese momento pensó en el vestido que luciría esa noche. Pero, se acordó que no tenía zapatos. Inmediatamente abandonó sus compras y se fue donde su amigo, el gato con botas, que cumplía con muchas responsabilidades: vendía productos de maquillaje, finos y delicados vestidos para todos los personajes de los cuentos. Además, hacia el mejor calzado de la época.


-¡Hola gato!

-Cenicienta, que milagro que vienes por acá.-Dijo el gato.

-Milagro de siempre gatito – dijo  cenicienta –Hoy vengo a que me diseñes las más elegantes zapatillas.  Iré a un baile.

-Ahhh ¿Por qué no se las pides a tu hada madrina? –Dijo el gato

-Porque conoció a un genio y se fue a vivir con él a una lámpara. ¿Me  las vas a hacer o no?

-¡Claro! Solo molestaba, querida.


El gato, inmediatamente, se puso a trabajar en las zapatillas de Cenicienta porque debía  enviárselas el sábado en la mañana.


El día había llegado. Al primer rayo del sol, el gato salió a entregar sus pedidos. Le llevó, un chaleco  al sastrecillo valiente, un despertador a la bella durmiente y maquillaje para Blanca nieves. Por  último le dejó el paquete a Cenicienta y agotado se fue a su casa.


Cenicienta había estado todo el día haciéndose el manicure, planchándose el cabello y retocándose en el espejo. Ya faltaba poco para que llegara el carruaje por ella. Así que salió al buzón  a recoger sus zapatillas. Al llegar a la habitación se escuchó un grito tan fuerte que movió la torre de Rapunzel. El gato se había equivocado. Le había empacado unas botas rojas y muy llamativas.


Se sentía enojada, pero no le importaba. Solo le interesaba ver a sus amigas y bailar toda la noche. Cenicienta no tuvo otra opción que colocárselas. Ya era muy tarde y no tenía zapatillas que resistieran sus pasos de salsa.


La chica que era conocida por el mejor calzado llegaría con un diseño muy diferente. Entró al salón y miró a los siete enanos cantando felices y a Hansel  y Gretel regando migas de pan. Sentía que todos la veían. Se acercó a saludar al anfitrión del baile, el rey Pinocho.


-Tenga usted muy buenas noches su majestad. –le dijo con mucha cortesía.

-Cenicienta, te esperaba desde temprano. Nunca faltas a una fiesta en este reino. –le dijo el rey Pinocho.

-Por ningún motivo habría faltado.

-Sí, de eso estoy seguro. –le dijo mirándola de pies a cabeza. –luces hermosa Cenicienta.


Al decir esto, su nariz creció. Cenicienta, al instante se sintió mal. Sabía que las botas la hacían lucir ridícula. Se dio la vuelta y salió del salón. Bajando las escaleras se quitó las botas porque no podía correr con ellas. Las botas quedaron abandonadas. Ya no harían ver fea a Cenicienta y así el rey Pinocho la aceptaría.  Y llorando fue a buscar el espejo mágico y le preguntó:


-Espejito, Espejito, ¿En verdad soy tan fea?
Una voz muy dulce y  familiar le respondió:
-Eres la más bella que nunca antes había visto.
Ella se sorprendió. Buscó por todos los rincones de esa habitación. Por último miró detrás del espejo, era Pinocho arrepentido diciéndole: 
-Eres la más bella que jamás había visto.


Ella mágicamente vio que su nariz volvió a la normalidad. Entonces, Cenicienta se puso muy contenta. Pinocho juntó sus manos frías, rusticas y duras con las cálidas y tiernas manos de Cenicienta. Fijamente la miró a los ojos con gran ternura y le pidió que se convirtiera en su reina. Ella no lo pensó dos veces, y feliz le dijo que sí.


Pinocho tomó a su amada entre sus brazos y la besó. Una luz resplandeciente envolvió a Pinocho y se convirtió en un apuesto caballero. Esto es sólo el comienzo de una maravillosa historia de amor.







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