Estaba cenicienta en la plaza de mercado. De
pronto miró un afiche con una invitación a un gran baile del rey Pinocho.
En ese momento pensó en el vestido que luciría esa noche. Pero, se acordó
que no tenía zapatos. Inmediatamente abandonó sus compras y se fue donde su
amigo, el gato con botas, que cumplía con muchas responsabilidades: vendía
productos de maquillaje, finos y delicados vestidos para todos los personajes
de los cuentos. Además, hacia el mejor calzado de la época.
-¡Hola gato!
-Cenicienta, que milagro que vienes por
acá.-Dijo el gato.
-Milagro de siempre gatito – dijo
cenicienta –Hoy vengo a que me diseñes las más elegantes zapatillas. Iré
a un baile.
-Ahhh ¿Por qué no se las pides a tu hada
madrina? –Dijo el gato
-Porque conoció a un genio y se fue a vivir
con él a una lámpara. ¿Me las vas a hacer o no?
-¡Claro! Solo molestaba, querida.
El gato, inmediatamente, se puso a trabajar
en las zapatillas de Cenicienta porque debía enviárselas el sábado en la
mañana.
El día había llegado. Al primer rayo del sol,
el gato salió a entregar sus pedidos. Le llevó, un chaleco al sastrecillo
valiente, un despertador a la bella durmiente y maquillaje para Blanca nieves.
Por último le dejó el paquete a Cenicienta y agotado se fue a su casa.
Cenicienta había estado todo el día
haciéndose el manicure, planchándose el cabello y retocándose en el espejo. Ya
faltaba poco para que llegara el carruaje por ella. Así que salió al
buzón a recoger sus zapatillas. Al llegar a la habitación se escuchó un
grito tan fuerte que movió la torre de Rapunzel. El gato se había equivocado.
Le había empacado unas botas rojas y muy llamativas.
Se sentía enojada, pero no le importaba. Solo
le interesaba ver a sus amigas y bailar toda la noche. Cenicienta no tuvo otra
opción que colocárselas. Ya era muy tarde y no tenía zapatillas que resistieran
sus pasos de salsa.
La chica que era conocida por el mejor
calzado llegaría con un diseño muy diferente. Entró al salón y miró a los siete
enanos cantando felices y a Hansel y Gretel regando migas de pan. Sentía
que todos la veían. Se acercó a saludar al anfitrión del baile, el rey Pinocho.
-Tenga usted muy buenas noches su majestad.
–le dijo con mucha cortesía.
-Cenicienta, te esperaba desde temprano.
Nunca faltas a una fiesta en este reino. –le dijo el rey Pinocho.
-Por ningún motivo habría faltado.
-Sí, de eso estoy seguro. –le dijo mirándola
de pies a cabeza. –luces hermosa Cenicienta.
Al decir esto, su nariz creció. Cenicienta,
al instante se sintió mal. Sabía que las botas la hacían lucir ridícula. Se dio
la vuelta y salió del salón. Bajando las escaleras se quitó las botas porque no
podía correr con ellas. Las botas quedaron abandonadas. Ya no harían ver fea a
Cenicienta y así el rey Pinocho la aceptaría. Y llorando fue a buscar el
espejo mágico y le preguntó:
-Espejito, Espejito, ¿En verdad soy tan fea?
Una voz muy dulce y familiar le
respondió:
-Eres la más bella que nunca antes había
visto.
Ella se sorprendió. Buscó por todos los
rincones de esa habitación. Por último miró detrás del espejo, era Pinocho
arrepentido diciéndole:
-Eres la más bella que jamás había visto.
Ella mágicamente vio que su nariz volvió a la
normalidad. Entonces, Cenicienta se puso muy contenta. Pinocho juntó sus manos
frías, rusticas y duras con las cálidas y tiernas manos de Cenicienta.
Fijamente la miró a los ojos con gran ternura y le pidió que se convirtiera en
su reina. Ella no lo pensó dos veces, y feliz le dijo que sí.
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