Una
vez más se hizo de noche y no aparecía. Todos en el reino estaban preocupados,
aunque ya era costumbre. De tanto que la buscamos la encontramos en el lugar
menos pensado. Se había quedado dormida en el pozo donde mi mamá, una criada
más del castillo, sacaba agua para lavar los más finos trajes de la princesa y
rociar las coloridas plantas del jardín. Y yo, como siempre, le di un pinchazo
en sus mejillas sonrojadas.
-¿Por
qué siempre me despiertas así? –Me contestó con su orgullosa forma de hablar.
-Pues
quién te manda a quedarte dormida en todas partes.
Era
una jovencita muy bella, astuta y con mucho dinero, pero muy orgullosa,
caprichosa y dormilona.
Aurora
y yo habíamos sido amigas desde nuestra niñez. Nos gustaba divertirnos haciendo
travesuras y jugar a las muñecas. Pero ahora hacíamos cosas más interesantes:
piyamadas, veíamos películas y salíamos a bailar. En cierta ocasión
estábamos en la pista de baile cuando él entró. Era el joven más guapo, tenía
un cuerpo esbelto, con una mirada profunda, y era deseado por todas las
princesas del país. En este instante, caminó hacia nosotras. Mi corazón latía
aceleradamente y las manos comenzaron a sudar. Mi piel se erizaba, Creí que
venía hacia mí para que bailáramos, pero no fue así. Se dirigió con los brazos
abiertos a recibir a Aurora que lentamente caía, pues se había quedado dormida.
Sentí mucha ira al ver que mi mejor amiga, había robado la atención de mi
príncipe, aun coqueteándole al conde Edward Cullen.
Yo
le había perdonado muchas veces sus regaños y humillaciones. Pero esto era
imperdonable, pensé en vengarme de ella. Y entonces, decidí llamar a las tres
ha das
que habían visitado a Aurora en el momento de su nacimiento. Ellas atendieron a
mi llamado. Yo las esperaba con panquecillos de caramelo que contenían unas
sustancias para inmovilizarlas. Ellas muy inocentes y ansiosas las recibieron
porque se veían muy provocativas y tenían un aroma tan dulce. Confiadas los
probaron y al instante cayeron al suelo. Al lograr mi objetivo tome sus varitas
mágicas para darle una lección a mi “amiga”.
Llego
el día de la gran fiesta. Los quince años de Aurora. Resonaban trompetas y
alboradas.Con
el poder que obtuve podía conseguir todo lo que quería. Me vestí con un
traje elegante. Quería llegar más bella que Aurora. Como buena invitada, le
entregué un obsequio. Era un perfume especial, que hice para ella. Emocionada
se lo aplicó.
En
ese momento, como cosa rara ella, comenzó a sentir sueño. Cerró sus ojos azules
hasta los próximos cien años. Yo perdí la varita y no pude hacer nada por ella.
Pero logré conquistar a mi príncipe y tener hijos.
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